Video-humanizar la ciudad
Cuatro décadas después de que la mítica portapak de SONY llegara a las manos de Nam June Paik aún parecía poco probable la realización sistemática de un evento que volcara sobre nuestro país muestras de una manifestación artística tan transgresora como el videoarte, que sacara a la luz obras de muchos cubanos casi siempre olvidadas en alguna bitácora de proyectos irrealizados.
Sin embargo, las coordenadas habituales de la producción y circulación del videoarte no resistieron ante la voluntad de aquellos que, desde “la barriga de Cuba”, rompen con el estigma de que solo La Habana puede acariciar los grandes cónclaves. Tampoco se resistieron a la magia que supone el caminar por cualquiera de las plazas o calles de una ciudad con casi 500 años y encontrar aquí, allá o acullá –resguardada por la torre de una iglesia o amparada por el arco polilobulado que se observa detrás de la puerta de la casa más cercana– una muestra distinta de una manera de crear tan cuestionadora, tan rebelde.
Ciudad trazada –tal vez ni tanto– en estilo de plato roto Camagüey tuvo por murallas las iglesias y, por fosos medievales, los ríos Tínima y Hatibonico. En un proceso de siglos las ermitas pasaron a ser templos, los templos definieron las parroquias y estas los barrios. Los barrios rodearon las plazas y en torno a ellas se fraguó una identidad propia.
Romper con los esquemas que impone una urbe colonial no constituyó trabas para los organizadores del Festival Internacional de Videoarte de Camagüey, y aunque existen moldes legitimados para la representación artística, Santana y los suyos lograron perspicazmente, la unión entre tradición y contemporaneidad en una ciudad, en la que hasta su propia arquitectura propicia una mentalidad conservadora.
Así tenía que ser necesariamente, pues realizar en Camagüey un festival de videoarte –una manifestación joven para los cubanos– implicaba salirse de los marcos convencionales de exhibición. Y ese era uno de los propósitos fundamentales: cambiar los espacios cerrados por el cielo que regala un Camagüey Legendario; lograr una interacción armónica entre videoarte y comunidad.
De la plaza Aurelia Castillo, el Festival se fue a compartir bancos con las hermosas escenas costumbristas que conforman el conjunto monumental, erigido por Martha Jiménez en la Plaza del Carmen. Allá –me cuenta un amigo– un niño le exigió la clave para descifrar lo que veía, mientras su hermana jugaba en las afueras de una vivienda con tejitas de barro y puertas de más de 100 años. De eso se trata exactamente, de que la gente común también pueda integrarse y encuentre en el videoarte un medio para compartir sentimientos.
Ahora, por segunda ocasión la plaza San Juan de Dios es la sede perfecta para un evento de tamaña importancia. Considerada por muchos el ambiente colonial mejor conservado del Centro Histórico, en ella conviven lo tradicional y lo actual de una manera casi divina, casi perfecta. Aquí encontrarán sitio videoartistas de cuatro continentes del planeta, sobreprotegidos, quizás, por una de las pocas representaciones antropomorfas de la Santísima Trinidad, celosamente guardada en el templo donde también laboró el beato cubano Olallo Valdés.
Así las cosas, el producto artístico generado mediante el denominado “ojo tecnológico” llega a la ciudad para mezclarse con ella, para desprejuiciarse y desprejuiciarnos. Aun para la gente de a pie, para la gente que transita y se detiene a observar lo que se muestra desde el centro de una plaza, es el videoarte algo seductor, por más extraño que le pueda parecer. Y en esa acción, aparentemente intrascendente, de la pareja que olvida sus problemas y sale a la plaza para ver una proyección o del niño que detiene su juego para apreciar algo diferente, radica una de las grandes virtudes del FIVAC: hacer del arte una experiencia cotidiana e involucrar en ella a quienes más lo necesitan.
Por: Rafael Gordo Núñez, Equipo del Festival Internacional de Videoarte de Camagüey.
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