Nuevas formas, viejos problemas.
Como toda manifestación artística post-autonómica que apuesta por la transgresión, el videoarte, medio siglo después, sigue generando más cuestionamientos que seguridades.
¿Qué define un videoarte? es una pregunta que académicamente pudiera parecer resuelta, pero que en el fondo, aún encierra un magnetismo reflexivo al cual dudo haya podido escapar cualquiera de nosotros, seamos especialistas o simples espectadores.
Richard Martel, el experimentado artista quebequense, afirmó en la sesión teórica de este jueves haber encontrado una respuesta, o al menos su respuesta, a esta interrogante. Según comentó, en un videoarte deben confluir cuatro condiciones básicas: 1- carácter analítico, 2- elementos de celebración plástica, 3- transgresión; y 4- carga pulsional, esto es, la energía o intensidad que transmite la obra.
Esta propuesta, por supuesto polémica, pero innegablemente interesante, contiene otra cuestión de fondo que ha constituido una constante en todos los debates teóricos del FIVAC: la seriedad conceptual e investigativa de la creación artística.
A través de una muestra de sus obras, Martel evidenció cómo la experimentación visual y sonora puede ir más allá de lo sensitivo y orientarse en función de un cuestionamiento ontológico que ha obsesionado al hombre ya sea desde las ciencias, el arte o la religión: la “realidad” y la confiabilidad de nuestras percepciones sensoriales.
En la mesa de debate “El videoperformance como estrategia discursiva” también afloraron criterios problematizadores que lograron generar en el público el ambiente reflexivo que requiere este tipo de eventos, y que por desgracia, no siempre se alcanza.
A partir de sus respectivas experiencias, la brasileña Angella Conte, la norteamericana Laura Bluher y el español David Barro ofrecieron sus impresiones sobre los diferentes desarrollos del performance en la actualidad y su relación con el videoarte.
Al respecto, David Barro defendió la idea de que el videoperformance no es simple documento sino que implica una participación real. Es un nuevo arte, no un arte sustitutivo y debe ser comprendido como tal, y pensado desde las propias gramáticas generativas de la obra. Es sencillamente una cuestión de saber qué se quiere y tener una noción de lo que se hace.
En fin, que la Historia con su caprichosa manía reiterativa, nos vuelve a encontrar enfrascados en la sempiterna batalla epistémica de la trascendencia, en la que solo unos pocos lograrán superar la comprensible fascinación tecnológica y encaminar su obra hacia esencias más perdurables. Por suerte, ahora contamos con una mayor acumulación teórica y empírica lo cual siempre constituye una ventaja… para quienes sepan aprovecharla.
Por: José Raúl Gallego Ramos / Equipo del Festival Internacional de Videoarte de Camagüey.
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