6/3/13



¿Un Festival de Videoarte en Camagüey? ¿De Videoarte? ¿En Camagüey?


Tales interrogantes pudieran estar en las cabezas de quienes allá o acá piensan en términos lógicos tradicionales. Se necesitaría probablemente de un pensamiento rizomático, al decir de Deleuze, para entender que si nuestro Norte es el Sur, la periferia puede muy bien ser el centro. Que las formulaciones polares exigen fluidez dialéctica, único modo de hallarle soluciones. Que el Videoarte, caracterizado por los expertos como vehiculo dinamizador y democratizador en la visualidad artística contemporánea, puede y debe mostrar a plenitud en nuestro caso esas potencialidades. Que Camagüey debe y puede ser capaz de erigirse sede de una muestra anual internacional de productos artísticos realizados en dicho medio, de propiciar debates al más alto nivel en torno al empleo de tecnologías en calidad de novedosos soportes y formas artísticas.

Se trata, ni más ni menos, de desafiar circunstancias que generalmente se califican de malditas. De romper con esquemas que asocian provincia con provinciano. De conceder una chance a la otrora villa de pastores y sombreros, ahora en parte reivindicada como patrimonio cultural de la humanidad,  de emerger con fuerza propia y apuntar a un universo artístico que se ha dado en llamar “expandido”. El Festival de Videoarte en Camagüey es una suerte de ventana que nos abre a los media, nos “conecta” y, en correspondencia, permite circular por estos lares nuevas sensibilidades estéticas, formas y estrategias de comunicación.

Si como afirma Bill Viola  “…el arte debe ser un componente de la cotidianidad o no es sincero”, la confrontación de las formas derivadas del video debe constituirse en espacio natural de nuestra añeja cotidianidad y forzar de algún modo su posible anquilosamiento, dinamitar su sincero tradicionalismo y expandir sus horizontes. Nam June Paick concibió al video como un  “modelo de vida”. Aquí se entendería que el Festival se orienta a algo más que a un conjunto de proyecciones, mejor concebirlo como fórmula propiciadora de nuevos horizontes de vida, de actualizadas vivencias. Recurso de convocatoria a la renovación de comportamientos, de accesos a canales inexplorados, que desarticulen fórmulas decadentes del diálogo urbano, códigos retóricos de comunicación  y contribuyan a la emergencia de nuevos tejidos de sociabilidad.
                 
Si se especulara acerca de la distancia entre los posibles entusiasmos pasajeros de los promotores de este Festival y las realidades de una recepción interesada que de forma tangible acuda a la cita, la primera experiencia no deja lugar. Desbordó toda expectativa. Se hizo realidad la presencia de una audiencia numerosa, ávida de experiencias diferentes. El denominado “ojo tecnológico” llegó a espectadores de todas las edades, puso en evidencia la versatilidad de sus imágenes y contribuyó a cambiar el régimen escópico de esta parte del mundo. Hubo ganancia en los repertorios formales y temáticos, favoreció a los noveles y desuntemeció a los tradicionales, sacudió modorras. El debate teórico-crítico del primer festival puso en evidencia la productividad del encuentro entre creadores y expertos. Uno de los artistas invitados – Lázaro Saavedra – pidió en el último debate continuarlo aun cuando fuese imprescindible posponer la clausura del evento. Elocuente anécdota que delata un interés compartido por el asunto en litigio.

Hay que agradecer a Jorge Santana, el ideólogo principal del Festival, la oportuna iniciativa. Su espíritu inclaudicable explica que la utopía no se quedase en eso y fuese esta vez realizable. Quizás la clave está en su propia capacidad de aunar voluntades, de enamorar con el proyecto a algunos de los más escépticos (siempre quedan otros sentados a la espera de un posible fiasco), de mover a los más noveles, de saltar por encima de dificultades tecnológicas, de agenciarse patrocinadores. De todo esto estamos urgidos en las artes del territorio y no sólo en el nuestro.

El segundo momento de encuentros ya nos tiene en jaque. Sus organizadores trabajamos para su salud. Cada día hay noticias, buenas y malas, pero hay sin dudas una corriente de optimismo que prevalece. Todo parece indicar que gústenle o no, la respuesta es afirmativa e, incluso, desafiante, provocadora:   

Si, un segundo Festival de Videoarte en Camagüey. De Videoarte. En Camagüey. Esta vez, internacional.  Cada año. Con desenfado total, apostando por la quiebra de cualquier designio negativo, anulando profecías burlonas o desacreditados pronósticos, haciendo de su ocurrencia una necesidad.

Por: Dr. Eduardo Albert Santos, Profesor, teórico y crítico.
      

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