Ceci n’est pas une pipe. Noventa años tiene ya esta frase y su dilemática verosimilitud continúa
intacta. En consecuencia, me arriesgo y afirmo: ¡Esto no es una exposición! Es obvio que, además de Magritte, me
seducen los artificios de la clásica paradoja del mentiroso, esa en la que es
imposible establecer un valor de verdad sin entrar en contradicciones con el
propio enunciado. ¿Por qué escudriño en estos territorios en busca de una
argumentación curatorial? Respondo sin ambages: porque la obra de Jorge Luis
Santana se solaza en lo paradojal, en el contrasentido, en la provocación
capciosa del intelecto audaz con el único propósito de disentir de los
adoctrinamientos y maniqueísmos derivados de lecturas chatas de realidades
convulsas.
Para Santana, las tensiones entre el objeto (ready made u object trouvé) y el proceso de producción de ese objeto no se
asientan del todo en los nihilismos dadaístas ni en los radicalismos “destructivistas”
de Fluxus. En mi opinión, este artista — que no posterga en modo alguno su
intervención directa en la manufactura del objeto — se acerca más a la
hibridez morfológica de los Combines
de Rauschenberg, incluso a las utopías de los constructivistas rusos, que a
otras filiaciones artísticas más comprometidas con el desprecio o la
marginación del oficio. Es decir, su vocación por la reconstrucción de tramas
simbólicas, así como su aptitud para revelar la plasticidad casi clandestina de
los objetos cotidianos no lo inmovilizan; todo lo contrario: se apropia de ellos,
los subvierte, los deconstruye, los modifica y termina devolviéndolos en una
suerte de nueva realidad en la que solo quedan ciertos anclajes remotos del
objeto inicial.
Contenido neto no es una exposición — o sí,
pero distinta… como la pipa de Magritte— porque juega a (re)presentar lo que
parece, pero no es; porque apuesta por lo que es, aunque no lo parece; y, sobre
todo, porque prefiere lidiar con las sospechas antes que imponer certezas
definitivas. Aquí no hay nada dado, no hay nada permanente, no hay ni siquiera
cosas posibles. ¿A qué imaginarios nos remite entonces Santana cuando sus
estrategias de significación son tan poco ortodoxas? ¿Por qué permitir que nos
arrobe un suceso en el que un pastiche deliberado estructura el modus operandi? ¿Qué argumentos
quedarían para “tomar en serio” una propuesta que insiste en aberrar referentes
para convertirlos en dislocaciones semánticas? Solo el contacto durante décadas
con la obra de Santana, con su hacer sedicioso y perturbador, me permite otorgarle
—una vez más— el beneficio de la duda.
Con un total de 17 obras inéditas —3 videos, 7
fotografías y 7 objetos escultóricos—se estructura la
muestra que nos ocupa. Nuevamente Santana explicita su habilidad para construir
textos audiovisuales inscritos dentro de los difusos márgenes morfoconceptuales
de la videocreación y, sobre todo, reafirma su vocación por historias
incontables, pero totalmente inteligibles. Órbita
es una de esas obras en las que la polisemia no se agota —o sí, pero en clara
dependencia de los recursos interpretativos de cada perceptor— pero que en
cualquier caso deja esa sensación de haber visto algo que veníamos presintiendo
desde siempre. Por su parte, Fallas de
origen propone una inversión de la relación ancestral entre el objeto y su
reflejo, los cuales, en este caso, pierden su identidad para convertirse en
objetos/reflejos emancipados de sus propios referentes. Mientras, Adulterado juega con la transposición
de semas para la construcción de un nuevo objeto, y Portátil convierte a quienquiera en armero potencial y nos otorga
acceso de privilegio al gatillo que alguna vez casi todos hemos valorado.
Un último comentario: me parece convincente el manejo y apropiación que de
los tres medios expresivos realiza el artista, visibles especialmente en las
obras Prótesis (I, II y III). El mismo objeto —esa trampa dentada tan sui géneris— asume un
comportamiento modular e histérico en video, inofensivo y medio hedonista en la
fotografía, e inverosímil y absurdo en su versión tridimensional, como si el
objeto y Santana hubieran decidido descarnar la fuerza expresiva del medio
mismo. Es esta una de las razones por las que no me incomoda reconocer en este
creador una vocación multimedial depurada y sensata en la que intervienen no
solo sus habilidades técnicas para encontrar soluciones adecuadas en cada
soporte sino también su sentido pertinente respecto de cada medio. Contenido neto —ya lo he dicho — no es
una exposición, como tampoco fue una pipa la de Magritte; en ambos casos las
intenciones paradojales lo trastocan todo, por lo que, como entonces, ahora
será mejor dejarnos seducir por la perplejidad y luego permitir que los
sentidos vayan aflorando poco a poco.
Teresa Isabel Bustillo Martínez