Indagación del Choteo, de Jorge Mañach, ha trascendido –y con razón– como uno de esos
ensayos-pilotes de la cultura cubana. Heredero de lo más agudo y perspicaz de
la sociología insular, este cubano fundamental se enrola en la reconstrucción
simbólica de una estrategia comunicativa difusa, lateral, oblicua y, sobre
todo, “reyoya”. Hasta hoy me pregunto si esa inherencia a la burla, a la
ironía, incluso al sarcasmo, ha favorecido nuestros haberes o, por el
contrario, ha empequeñecido nuestra credibilidad y rigor ante el otro.
La propensión a la
irreverencia sin llegar al sacrilegio; la habilidad para discordar y no
levantar sospechas; el ingenio para revelar verdades esquizadas de absurdos, y
viceversa; nos han colocado históricamente en una zona de permanente
simulación, donde “digo” y “Diego” son equivalentes y el mal tiempo siempre lleva
buena cara. La exposición que se presenta, Choteo
de la Indagación, se inspira obviamente en el texto antes mencionado, pero,
en vez de apegarse a las expectativas generadas por el choteo convencional,
procura emanciparlo de ciertas ataduras reduccionistas, y confiarle el
beneficio de la duda, aún en los temas más severos.
La teoría y la crítica del
arte contemporáneo ya ha sistematizado el término artivismo para aludir a la sugestiva fusión entre arte y activismo
social, y así poner en valor proyectos artísticos de un muy fuerte contenido
social, en los que la función estética abandona su jerarquía tradicional. A
pesar de la intención de artistas, críticos, curadores de tomar en serio
acciones de este tipo, el aura sublimada de “lo artístico” se empeña en
desvanecer el carácter, minimizar la importancia, aniquilar los visos de toda
posibilidad real de trasformación, como si se supiera de antemano que para que el
arte sea arte, nunca podrá dejar de ser inofensivo; como si cualquier
indagación hecha desde el arte no tuviera más opciones que el choteo de la
propia indagación.
Dicho así parece que un
estigma soberbio se cierne sobre la naturaleza misma del arte, y que –salvo la
resignación– no quedan alternativas para deshacer las diferencias históricas
entre el arte y la vida. Sin embargo, la intención está planteada hace más de
medio siglo. En 1965, Beuys intentaba explicarle el arte a una liebre muerta,
mientras Kosuth lo “redefinía” con una
silla. Con estos actos, el cisma entre las categorías concurrentes simulaba una
contracción inesperada; simulaba la recuperación de un estadio perdido en el
propio proceso de definición del arte. Pero era solo eso: una simulación o
quizás, visto con mejores ojos, una utopía. El arte no ha sido nunca la
realidad, no es todavía la vida, y no todos los caminos han conducido a esa Roma.
En el mundo de hoy la opinión
pública se manipula y desestima con el mismo cinismo que la indolencia o la
lasitud calan la sensibilidad del hombre, y los resortes para la emoción apelan
a estimulaciones que le endurecen cada vez más sus umbrales de percepción.
Cuando el ser humano acepta definitivamente ser su propio depredador y el
sufrimiento y la crueldad subyacen en el consumo diario quedan pocas
posibilidades para el asombro, la emoción, el estremecimiento… para tener
deseos de cambiar el mundo por una obra de arte. Choteo de la Indagación muestra obras que, a mi juicio, discursan
sin ambages y metáforas ociosas, pero que aún padecen de ese pecado original:
insisten en ser obras de arte.
No obstante, en lo personal,
prefiero seguir creyendo que un día las ideas de Beuys y tantos otros
conseguirán escapar de los pedestales anquilosados que las exhiben; conseguirán
finalmente elidir las fronteras entre el arte y la vida; y, sobre todo,
conseguirán fundar una nueva noción en la que la indagación artística no esté
condenada por el choteo.
Teresa Bustillo
Martínez
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