Autora: Anaeli Ibarra.
Tomado del Boletín Digital de Arte Cubano
Del 24 al 28 de abril del 2013 se celebró en la provincia de
Camagüey
la quinta edición del
Festival Internacional de Videoarte de Camagüey
(FIVAC), una de las pocas plataformas exhibitivas, promocionales y
teóricas que existen en Cuba para el consumo, legitimación y reflexión
sobre video. Y digo pocas y no la única, porque hay otros eventos,
pero organizados desde el predio cinematográfico, que han ido
incorporandopoco a poco en sus bases algunos géneros videográficos (aunque han
arrastrado y cargado con las incomprensiones, los prejuicios y el
desconocimiento sobre el medio que tienen algunos críticos y teóricos
del cine en nuestro país).
Este año, la nómina de cubanos participantes en el FIVAC estuvo
integrada por treinta y tres artistas. De ellos, ocho resultaron
premiados por distintas instituciones. Aunque desde la propia
denominación del festival se convoca al videoarte, concursan
igualmente otros subgéneros, fundamentalmente videoinstalación, video
performance, video danza y video documentación. En ocasiones, los
límites entre los géneros dificultan la clasificación de las obras, y
no solo el comité organizador, sino también el público, se halla ante
videos imposibles de encasillar en uno u otro género, por su
naturaleza híbrida. En esta edición hubo un notable predominio de la
videocreación, mientras las obras instalativas y documentativas, que
en años anteriores ocuparon una buena parte del programa de la
muestra, disminuyeron.
En sentido general, creo que las obras evidenciaron un mayor manejo de
los programas de posproducción, así como el uso de la animación y la
técnica del 3D. En el caso particular de algunos creadores se hizo
notable el influjo del lenguaje de los nuevos medios, sobre todo de
los programas de los videojuegos. No tanto porque privilegiaran el
sentido interactivo que puede tener una imagen al recurrir a esta
programación, sino
porque se apropiaban de la visualidad y temas que ha ido generando
este campo. No obstante, las obras que se valieron de los códigos del
videojuego (Black HOB, de Hansel Oms, The falling man, de Rewell
Altunaga, o Spy Games, de Duniesky Martín y Sam Stalling) no
explotaron al máximo las posibilidades que ofrece para crear
narrativas con nuevas formas de intervención. Hubo también videos que
apelaron a la visualidad y el vocabulario que genera el sistema
operativo Windows. Me refiero a una obra como Espere mientras se
cierra el sistema, de Julio César Llópiz.
A partir de ese mensaje que aparece usualmente en una ventana dentro
del entorno visual de Windows que conforma la pieza, alterando la
palabra "programa" (vocablo que utiliza Windows) por "sistema", y
confiriéndole toda la carga semántica que posee este sustantivo dentro
del contexto político cubano. De esta manera, el referente está
politizando al mensaje.
También con una solución minimal, Nelson Jalil construye un mensaje
que tiene contundencia política. Se trata de Al heredero de todo esto,
una obra que introduce los problemas de las relaciones
intergeneracionales, la resistencia, la incomunicación, las
diferencias de registro. Y lo hace a través de una imagen y una acción
metonímica que funcionan, a su vez, como metáfora de las trasferencias
de poder: una dentadura postiza en un vaso de agua y un sujeto fuera
de campo que se bebe toda el agua del vaso a través de un absorbente.
El anclaje de sentido se produce cuando aparece en el cuadro el
título.
Algunos videos recurrieron a los códigos del documental para articular
el relato. Particularmente, Reforma agraria, de Yamil Garrote,
manifiesta lo que puede lograr la videocreación cuando conjuga
códigos, técnicas y soportes. Se trata de un relato documental que
emplea la animación y el 3D para vehicular el testimonio en primera
persona que ofrece el abuelo del propio artista, sobre el desarrollo
de la reforma agraria y su significado dentro de la historia política
y social de Cuba. Esa línea dentro del videoarte, que tiende a
apropiarse de los archivos fílmicos para proponer nuevas
lecturas a partir de la confrontación de los fragmentos se evidenció
en pocas obras, fundamentalmente en Avanzar es un problema perceptivo,
de Alejandro Figueredo. El video se apropia de un segmento del filme
alemán Metrópolis, de Fritz Lang, y lo manipula, de modo tal que
expone la capacidad del dispositivo para construir y generar realidad;
es un video que está volviendo sobre las cuestiones de la
representación y
percepción de la realidad, sobre los modos de conocimiento visual, las
maneras de ver(se) y ser visto. Otros videos estuvieron más cerca de
la narrativa del cine, sin llegar a constituir un estudio de su
narratividad. Ahí podrían incluirse obras como Ingenuidad, de Kevin
Álvarez, o Delirio, de Alejandro Alonso. Ojo, no quiere esto decir que
apelen a lo que se denomina modo de representación institucional. En
todo caso, se trata de identificar determinados elementos narrativos
comunes a ambos medios, que fueron heredados por el video desde los
sesenta. En estos materiales se narra una historia, hay personajes que
interpretan y ejecutan acciones en un contexto, y está la presencia de
un tiempo diegético. En el caso, por ejemplo, de Ingenuidad, se apela
incluso a la segmentación de la historia por capítulos, encabezados
por un título, y enlazados todos por una tesis argumental. En el caso
del video de la artista Grethell Rasúa, De la permanencia y otras
necesidades, se evidenció la voluntad autorreferencial que ha
caracterizado a una buena parte de la producción videográfica desde
sus inicios. Esa relación de intimidad que le permite el video al
artista al convertirse en un medio especular que registra su imagen, a
la vez que expone el lugar desde el cual se enuncia. En este video,
inusual dentro de la creación de Grethell, la artista muestra el
proceso de mortificación de su propio cuerpo al besar un cactus. A la
acción erótica y los gestos de placer se contrapone la imagen de su
rostro, lengua y boca, lastimados por las espinas de la planta.
Creo que, de manera general, el FIVAC mostró la pluralidad no solo
temática, sino también genérica y discursiva que caracteriza al ámbito
videográfico nacional, pero sobre todo mostró la marginación del medio
dentro de las prácticas expositivas.[1] Y un síntoma de ello es que
tengamos que esperar a esta cita bianual en Camagüey para
actualizarnos sobre lo que están produciendo los videoartistas, no
solo los cubanos, sino también los extranjeros: quiénes son, qué
hacen, cómo lo hacen (por supuesto, siempre pasa por el filtro del
comité organizador). Este festival no solo nos pone al día, sino que
nos permite hacer un balance crítico, un estudio comparativo de todo
lo que está aconteciendo en el campo del video; precisamente, porque
constituye un muestreo.
[1]
Quizás esta ausencia de video en algunas exposiciones se deba a
una disminución de la producción, por múltiples factores. En primer
lugar, la poca fortuna que corre el género en el mercado; segundo, lo
costoso que puede resultar realizar una obra audiovisual; tercero, la
carencia de los medios para la proyección, unido a los pocos espacios
interesados en la proyección de obras audiovisuales.