Cuando el 29 de abril de 2019 clausurábamos la 8. a edición FIVAC, ninguno de nosotros pudo imaginar, ni siquiera sospechar remotamente, que la certeza del reencuentro bienal se diluiría en unas circunstancias tan caóticas como inverosímiles. El año terminaba con las primeras noticias de un verdugo raro que se apoderaba de los confines asiáticos y el 2020 comenzaba, además de con todas las ojerizas por ser bisiesto, con el inexplicable colapso sanitario de la vieja Europa. El salto a América fue solo cuestión de tiempo, y hasta hoy las estadísticas siguen siendo expresión de un planeta con tantas fracturas y dislocaciones que alarman. La pandemia provocada por el SARS-CoV 2 ha desnudado, una vez más, no solo la fragilidad y vulnerabilidad de los seres humanos sino la inviabilidad sistémica de una arquitectura ideológica obsoleta, egolátrica y corrompida. Pero ese es tema para otra ocasión. Hoy, cuando van faltando casi 50 días para la inauguración de la novena edición, nos hem
“ Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano. ” George Orwell Cuando pienso en “distopía”, no consigo más que presentir jalones antinómicos que establecen una topografía perversa y despiadada para un espectador sin demasiados asideros. Caos e incertidumbres, manipulación y adoctrinamientos, desesperanzas y advertencias sobrevienen luego de un desgarramiento existencial de quienes comulgan y blasfeman con la misma naturalidad de quienes matan y bendicen. También presiento una fuga, una fuga que se antoja opción de última instancia, que dibuja — o desdibuja — una realidad distante pero asible, que nos implica, aunque no nos duela todavía; como un futuro, que más que futuro, es un no-presente ligeramente demorado. La distopía, como recurso escritural, deviene escenarios fascinantes en los que la irrealidad, sin dejar de serlo, habilita espacios para lo posible y la ficción menos probable se deja sesgar por realismos inexplicables en contexto